viernes, 16 de mayo de 2008

Turismo

SAMNE (2da parte)

...Pues si seguimos caminando, la carretera nos llevará a lo que fue un Cine, todo de verde, todo él de calamina verde, sí, la misma que nuestros padres visitaban cada fin de mes. La misma que era limpiada por nosotros los alumnos del colegio y fregada con petróleo quemado. Más adelante, mi colegio, dividido en dos bloques, uno para el de primaria y el otro para el de secundaria. Toda mi vida estudiantil la pasé allí. Allí tuve a mis primeros amigos. Jhonny, Coco, Alfredo, Erick, Fredy, Minchola, Chela, Pablo, Berraco (Luis) y claro, mis hermanos, o sea los trillizos, éramos la panda perfecta. Caminamos, ahora las casas que antes los gringos habitaban se han quedado como estatuas hermosas, rodeadas de pinos frondosos y eucaliptos enormes que le daban la gracia y apariencia de estar viviendo en algún pueblecito de centro de América. No eran las típicas casas peruanas, no, éstas eran toda de madera, con chimenea, porche, sala, comedor, tres habitaciones, cada habitación de diferente color. Sábanas, cortinas, toallas, todos hacía un juego precioso que robaba la vista del visitante. Quizá ahora parezca frívolo decirlo, pero en su tiempo, resultaba ser lo más moderno de la época.
Ya estamos llegando a Taquila, especie de barrio fuera de Samne. Hemos pasado su antiguo Hospital, recinto que aún se resiste a caer por el tiempo, al lado, casi a su espalada, una casa rodeada de eucaliptos, la del Doctor, más arriba el casino, casa de juegos y apuestas, ahora la Piscina (recientemente inaugurada), seguimos y llegamos al garaje, que más tarde se convertiría en balanza para los camiones, hoy no queda nada como casi todo, un poco más arriba está lo que fue en su tiempo “La Mercantil”, especie de Mini Centro Comercial habilitada sólo para la gente que trabajaba en la Northen Mining Corporation, o sea, algunos gringos y muchos vecinos. La carretera polvorienta nos lleva al mirar a nuestra izquierda a “El Cable”, gigantesco cordel por donde circulaban las vagonetas, aquellas canastas embetunadas y llenas de ese negro mineral que eran trasladados a través de miles y miles de metros de cables (de allí su nombre) de grueso acero a los centros de procesamiento, sea Shorey o Quiruvilca. Pues allí construido estaba esa enorme mole de enmarañadas columnas de acero, al pie de un pequeño cerro que no recuerdo su nombre, y que servía como refugio de la prosperidad que su tiempo hubo. Recuerdo aún, cómo de pequeño nuestro padre nos llevaba a conocer ese sitio de ruidos extravagantes, de hombres bañados en ese negro polvo, de mujeres paseándose con las viandas a cuestas, buscando a sus maridos para darles de comer, de martilleos constantes a aquellas vagonetas que entraban y que dos o tres hombres la iban parando de a poco hasta llevarlas al vomitorium tratando así de hacerles expulsar todo ese oro negro de las entrañas. La base de madera gruesa recubierta por un aceite también negro, el teléfono con su bocina y su auricular en dos partes, de esas que ya no se encuentran y sólo se alcanza a reconocer en algunas películas viejas, los hombres, las mujeres, mi padre, mis hermanos, aún lo recuerdo todo. Más arriba, el panteón y a un costado, la casa de mis tíos. Siempre me he preguntado si alguna vez han pasado miedo allá arriba.
Pues ésta era una casa grande en la que vivían una pareja de esposos y sus dos hijos. Estaba ubicado en las faldas de un cerro, la única casa a lado del cementerio. Él, un hombre espigado y delgaducho de apariencia Quijoteana y ella, una mujer morena de cabellos canos, de facciones duras y apariencia noble. Allí nos llevaban padre y madre a verles. Al pasar “el Cable” sabíamos que ya estábamos cerca. Subíamos una cuesta más por ése único camino pelado y recto. Allí, entre vegetaciones verdes y secas, rodeados de piedras grandes y pequeñas, aparece a nuestra derecha una fachada que en su tiempo remedaba las grandes puertas de cementerios primigenios. Ahora sólo quedaba la puerta verde en pie con su techito de tejas rojas casi descoloridas por el tiempo y el hierbajo nacido de las lluvias. Ya no quedaba nada en pie de su cerco de adobes que años atrás separaba la vida de la muerte. Todo se había venido abajo. Al entrar, los nichos en el suelo compartían escenario con las piedras y la hierba crecida hasta las rodillas. No quedaba camino alguno. Ibas saltando de piedra en piedra hasta dar con alguna cruz de madera caída o una que otra de metal en la que rezaba “2 de noviembre de 1973”. Siempre sentía ese gusto extraño de saber cuál de aquellas cruces era la más antigua, qué persona era la más vieja, quién había sido el primero en morir. Entonces me asalta la duda: al morir, ¿seré enterrado aquí? Y muchas veces no he sabido repondérmelo. Sólo Dios sabe.
Una y otra lagartija va cayendo. A algunas le cortamos la cola y ésta va sufriendo espasmos conforme va muriendo, la cola áspera y aún caliente salta, se revuelca, trata de huir de la muerte, del ahogo, ya quisiera tener ojos para regresar a su dueño y escapar para más tarde, con el sol aún en lo alto, salir a calentar su sangre encima de las piedras. Esto es Taquila. Más arriba, ya en los cerros, están los sembríos, el amarillo del trigo y la cebada, el verde del maíz y los árboles, la claridad del agua, el azul del cielo… (Continuará)



Julio Lucio

domingo, 11 de mayo de 2008

Aqui una de graffiti....

Hola éste es mi primer post en este blog y para ello les dejo este vídeo que va de graffiti, bueno en realidad es un dibujo plasmado en un papel, pero vale para grafo.. bueno miren y comenten ...

Games: "Assassin's Creed"



SINOPSIS:

Es el año 1191 AC. La Tercera Cruzada está destrozando la Tierra Sagrada. Estamos en la piel de Altair, un caballero templario despiadado entrenado para asesinar, que intentará detener el conflicto eliminando a los contrincantes de ambos bandos. Asesino es nuestro adjetivo favorito.

Games: "Gears of War 2"



Posiblemente el mejor juego del año para estas Navidades. Aquí les dejo un avance del nuevo vídeo que los amigos de Epic Game nos ofrecen.

sábado, 10 de mayo de 2008

Turismo

Samne (1ra parte)

Soy un Samneño, nacido en Trujillo hace treinta años. El último de cinco hermanos. El último de unos trillizos que vinimos al mundo en la Clínica Sánchez Ferrer. Aquellos que salieron en un periódico local de hace treinta años, los mismos que por causas de la vida, fuimos llevados y criados en éste pueblo. Mi nombre es Julio Lucio y soy de Samne.

Samne, pueblo agrícola y minero en su tiempo, valle hermoso, bañado por un río Moche que como arañazo zarpa su costado en épocas de lluvia, está ubicado a 35 km de Trujillo. Ahora le circunda dos carreteras que solas te saben llevar hasta él. Una, “la carretera vieja” y la otra, la que hace poco fue inaugurada, “la carretera nueva”, esa misma que te lleva a Otuzco, etc. Yo sigo añorando viajar en esa carretera polvorienta y de años, la que de niños nos llevaba a Trujillo. Esa misma que en los años 80’ casi desaparece por el “aluvión” provocado por El Niño. Sigo añorando oler el polvo, verlo cómo hurga el interior de la combi, camioneta o bus, cómo se introduce en nuestras narices y cómo sin darnos cuenta, nos lo llevamos dentro por algún tiempo. Ver esa carretera llena de piedrecillas que hacen saltar la combi, y que así poco a poco nos va llevando a nuestro destino. Curvas y más curvas, pasamos Shirán, Concón, Cushmún; divisamos a nuestra derecha Platanar, llegamos a lo que en su época fue un enorme restaurante, “Flores”, aquella protegida por esos enormes animales, sus perros. Casas, casas, y más casas. Llegamos a lo que es la comisaría de Samne a la izquierda y a su derecha, la Iglesia, aquella que protege de las inclemencias del tiempo a la Patrona del pueblo: Santa Rosa de Lima. Ya estamos en Samne. Casas a la derecha, casas a la izquierda. La carretera sigue hasta llegar a una cuerva casi cerrada en la que se bifurca, una llevándote al corazón del pueblo y la otra, perderse en la inmensidad de la serranía Liberteña: Casmiche, Paday o el Ángulo, Otuzco, Huamachuco, Santiago de Chuco, Julcán, Quiruvilca, etc.

Ya en el corazón del pueblo, caminamos, de cuando en cuando levantamos la mano, y no nos cansamos de hacerlo para saludar a nuestra gente. Hablamos un poco, nos ponemos de acuerdo para vernos más tarde. Caminamos, el aire es diferente, se nota, dentro sientes una enorme excitación inexplicable. Llegas a ahora al campo de futbol, antaño seco y descuidado, ahora cubierto por esa grama verde que le hace noble y bello. A nuestra derecha, el campito de fulbito, recinto de aquellas tardes de peloteo y peleas, culpable de aquellas noches de fiesta, música y cerveza. Al frente, mi casa. (continuará)



Julio Lucio

jueves, 8 de mayo de 2008

Cuento




AL OTRO LADO DEL TELÉFONO

Hola, bueno, me imagino que estarás trabajando. ¿Cómo estás? Seguramente que bien. No sé por qué te pregunto esto, si siempre cuando llamas (cuando lo hiciste hace mucho) me dices que estas súper.

Cuéntame, o mejor dicho, cuando hablemos, cuéntame cómo vas en el trabajo, cómo está tu amiga, la chica peruana, la de las manos mágicas ¿sigue yendo al médico? Ojalá se recupere, me la saludas.

¿Fuiste al cine? Eso es infaltable en ti cada semana, verdad. Me contaron que “El Retorno del Rey” es la mejor de las tres, tengo que verla, estoy tan entusiasmado, ojalá pueda este sábado.

Bueno, cuídate mucho, un beso y otro día te llamo, espero encontrarte.”

“¡Hola! Me imaginé que estabas allí, pero esta imaginación mía me está fallando. Oye, ayer llamó tu hermano, le di tu número y le dije cuándo más o menos te podría encontrar en casa. Ojalá tenga más suerte que yo, se le notaba un poco preocupado, espero que no sea nada grave. Cualquier cosa me llamas por favor. Un beso.”

“Hola de nuevo. Te llamo para contarte una cosa. Recuerdas los cuentos que envié a unos concursos aquí en España, pues, tres de ellos han ganado, es emocionante, no sabes la alegría que tengo, justo hoy al medio día me llegaron las cartas de felicitación en la que me invitan a la premiación en días diferentes; cómo quisiera que estuvieses aquí y me acompañases. Cuánto lo quisiera.

Te estarás preguntando qué cuentos han ganado; pues, el que envié al País Vasco fue “Hipólito el carpintero”, el que envié a Valencia fue La Muchacha” el que te gustó más, recuerdas, y el que envié a León fue “Y ahora, qué dirá la comadre” el de los asesinos. Sabes una cosa, yo tenía más esperanzas en “No te tragues a mi pueblo” no obtuvo ningún premio, ni el de consolación. Bueno, lo tendré que revisar y corregir, cuando esté listo te lo envío.

Nada, un beso, cuídate mucho. Saludos.”

“Estaba seguro que te encontraría. Habrás tenido que hacer. Hoy por la mañana llamó tu hermano, me dijo que le prestara un poco de dinero que era para tu padre. Ya me imagino cómo estarás, destrozada. No te aflijas que todo saldrá bien.

Sobre el dinero, no te preocupes que ahora mismo se lo giro; para algo gané esos concursos ¿no crees? A veces creo que ese ser divino, superior a nosotros, me echa una mano de vez en cuando. Ya escribiré más cuentos y con ellos ganaré más dinero, eso espero.

¡Ah! Y no te sientas mal si no me llamas, te entiendo. Un beso.”

“¡Aló! Quería imaginarme cómo estarás. Sí, sé que las malas noticias llegan rápidas y espero que ese no sea tu caso ni el de tu padre.

Ayer empezaron las clases. Te conté que me dieron tercero y cuarto año. Luché tanto para que me dieran también quinto, pero qué se va hacer.

Laura, la profesora de Inicial, me preguntó por ti; le dije dónde estabas, espero haber hecho bien, se alegró tanto. Me dijo que allí había estado de vacaciones unos días y que la comida es deliciosa y que los hombres son guapos; yo no sé por qué dijo eso.

Bueno, cuídate mucho. Un beso.”

“Perdóname, sé que es muy tarde. Sólo quería escuchar la grabación de tu voz en el contestador, es lo único que me mantiene vivo.”

“ Hola bonita. Hace tres días que no he ido a trabajar. Esta úlcera maldita me esta acabando de a pocos. Espero que este fin de semana me sirva para salir de esta convalecencia. No quiero que te asustes, ¡No! Aquí hay medicina que sobró de la vez pasada. No te llamo para que te preocupes, sino para que te enteres que estoy bien, porque me imagino que me habrás soñado ¿verdad?

Y en el trabajo me supongo que irás bien. ¿Se sigue portando mal ese jefe tuyo? Ignóralo. Tontos como esos no se merecen ni la más leve mirada.

Qué sabes de tu amiga la peruana, en la foto se le ve más alta que tú ¿o me parece? Tiene su encanto, verdad.

Me pregunto, cómo estará tu padre. Me supongo que bien. Ojalá esté bien, ojalá.

Bueno, cuídate mucho, un beso y hasta pronto”.

“Me acaba de llamar tu hermano; lo siento sinceramente de todo corazón. Cómo quisiera estar allí para consolarte. ¡Oh mi niña! Así es la ley de la vida y algún día nos va a tener que suceder a nosotros. Él ya vivió su vida, ahora, preocupémonos en vivir la nuestra.

¿Viajarás? Dime qué necesitas, por favor, dímelo. Llámame, un beso”.

“Ayer llamé a tu familia, les di el pésame a todos. Me dio tanta pena escuchar a tu madre que me sentí tan mal y tontamente lloré con ella. Perdóname por no ser tan fuerte, quizá la hice sentir peor de lo que estaba, es que me recordó tanto a mi madre. Hasta pronto, un beso”.

“Quise ir a verte, pero el colegio me negó el permiso por eso de los exámenes que se acercan. Lo siento”.

“Últimamente se me ha hecho difícil escribir y si lo intento, me resulta un cuento demasiado forzado, falso, infantil. Ya me pasará no te preocupes, eso dicen que les pasa a los artistas, ¿será que ya soy uno de ellos?”

“Hola de nuevo, quería imaginar tu rostro, tu cuerpo aquí, al escuchar esa voz tuya en el contestador. ¿Cómo debes estar? No me has llamado hace meses y esto me está preocupando de verdad. Llámame por favor, no hagas que esta preocupación se vaya incrementando cada día más. ¿O es que te ha pasado algo y no me lo quieres contar? ¿Estás enferma? ¿Necesitas dinero? ¿Quieres que vaya? ¿Qué es lo que te pasa? ¡Por favor llámame!.”

“Hace unos minutos me ha llamado tu hermano. Me dijo que estabas bien. Saber eso me calma, me alegra, me despreocupa. Sabía, en el fondo, que estabas bien, lo sabía. Perdóname por ser tan preocupón.

Te cuento que en el colegio estoy bien, en lo de los exámenes no hubo problemas, el único gran problema, es que a los alumnos no les gusta leer, bueno, a unos que otros, pero la mayoría detesta hacerlo. Entonces lo que hice fue reunirme con todos los profesores y tratar de darle una solución a ese problema, pero el problema lo tenían ellos; tampoco les gustaba leer.

Bueno, otro día te llamo, un beso”.

“Me sorprendió no encontrar tu voz en el contestador y más me sorprendió aún, encontrar la voz de un hombre joven en él. ¿Quién es? ¿Es alguna broma? ¿O es la voz de tu hermano? Eso es lo que me pareció al principio. Un beso, llámame.”

_ ¿Aló? (Nadie como siempre) ¿Hola?

_ ¿Sí? (Al otro lado)

_ ¿Elena?

_ ¿Perdón, qué dice?

_ ¿Está allí Elena?

_ Aquí no vive ninguna Elena.

_ Póngame con Elena por favor, Ud. es su compañero de trabajo, ¿verdad?

_ Pero qué dice, quién es Ud. ¡Ah! Ud. es de las llamadas. Aquí no vive ninguna Elena, aquí no ha vivido nadie hace meses, esta casa recién se ha alquilado.

_ ¿Cómo…?

“Quiero tratar de averiguar dónde estarás, qué ha sido de tu vida estos últimos cinco años. Quiénes son esos intrusos que viven contigo y que siempre te están negando. ¿Tendrás problemas? ¿Quieres mi ayuda? ¿Te han secuestrado?

Tu familia se ha marchado, llamé y me dijeron eso. ¿Qué les habrá pasado?

Ahora nadie me responde, nadie me contesta, todo se pierde en el tiempo. Todo se lo lleva el tiempo. Todo se muere, el tiempo los mata...”

Julio Lucio

lunes, 5 de mayo de 2008

AkiraBlog



Aún no sé cómo va esto del mundo de los "Blogs", sólo sé que intentaré hacer lo mejor de mí para que este pequeño mundo que abro, sirva de algo. Un saludo.

domingo, 4 de mayo de 2008

Cuento



RAMÍREZ

¿CAUSA JUSTA?

Jorge

Lo acepto. Soy un asesino. Bueno, en realidad somos dos, mi hermano y yo. Pero yo le obligué a hacerlo. Mario es bueno. Cuando Mario y yo andábamos cursando los veinte años nos convertimos en los primeros asesinos despiadados de la familia. Todo empezó el día cuando Ramírez llegó enfermo a casa. Muy enfermo. Al principio nadie tomó interés a su enfermedad, pero luego de notar cómo se revolcaba en su cama inquieto seguro por el dolor y de deambular por las noches con vómitos y diarreas constantes, nos dimos cuenta que Ramírez estaba enfermo. Llegó muy de tarde aquel día, seguro de pasear por la ciudad, porque Ramírez gustaba mucho de la noche, ora en el cine, ora en la iglesia, ora atrás en la casa de la vecina. A Ramírez le querían mucho. Mucho. Pues ese día, recuerdo haberle sentido entrar con sigilo a casa, subir las escaleras, desempolvarse un poco, mear y finalmente tumbarse en su cama. Al rato, sentirle inquieto y fastidiado.

Poco días después el semblante de Ramírez había cambiado, se le notaba triste, decaído. Es más, había dejado de salir por las noches, cosa que no hacía casi nunca, excepto los días de fiesta. Pero ese día no salió. ¿Qué es lo que te pasa? Le pregunté un día. Pero no obtuve respuesta de él mas sólo una mirada nimia de “me pondré mejor”. Pero ya no se puso mejor. Estaba empeorando. La comida que hacía mamá estaba siendo rechazada por Ramírez. Jamás había rechazado un plato suyo. Estaba mal. Mamá que de cuando en cuando echaba una miraba a Ramírez, tomándole la temperatura y colocándole unos cataplasmas en la frente para así poderle bajar un poco la fiebre, decía que necesitaba que le vea un médico urgente. Pero esperamos. Quizá sea sólo una infección estomacal y lo peor esté ya pasando. Pero el paciente fue de mal en peor. Mamá hablaba con él por las mañanas, mi hermano lo hacía por las tardes después de llegar de jugar al fútbol y yo sólo lo hacía por las noches saliendo del trabajo.

Mario

A veces me desesperaba, nadie acudía a verle. Jorge por un lado, mamá por otro. Las diarreas y los vómitos no pararon, fueron empeorando.

Le dimos pastillas, calditos preparado por mamá, cola de caballo, hierba santa, pero nada que parara las diarreas de Ramírez.

A medida que pasaba el tiempo, un hedor mortal poco a poco estaba inundando la casa. Mamá cada vez a regañadientes reclamaba un médico. Pero el médico no llegaba. Pobre Ramírez, tan bueno que es.

Jorge

Conocimos a Ramírez una tarde de domingo. Ese día mamá apareció con él y nos dijo casi como pidiendo permiso que Ramírez se había robado su corazón, y fue cierto, pero por un tiempo porque a mamá pasado un tiempo dejó de interesarle como deja de interesarle casi todas las cosas que le vuelven loca al comienzo. Sabíamos que sucedería eso, pero no nos importó porque Ramírez nos cayó bien al instante. Jugaba a la pelota con nosotros, iba de cacería, nos escuchaba todo y nos entendía, el único creo que nos entendía. Creo que a Mario, mi hermano, le cayó mejor Ramírez, andaba casi todo el día con él. Reían, jugaban. Eran muy buenos amigos.

Mario

A Jorge dejó de importarle Ramírez al poco tiempo. Ya no se reunía con nosotros como lo hacíamos antes. Mamá había dejado de querer a Ramírez por circunstancias que no sé. Siempre pasaba eso con mamá. Se entusiasmaba con algo para luego dejarlo. Así es ella. Ahora parece que a Ramírez no le importa nadie. Ramírez se queda porque no tiene a donde ir. Porque sobra otra cama. Porque hay qué comer. Porque él nos cuida. Ramírez siempre me escucha, él es un amigo de verdad. Jorge como ahora se la pasa en el mercado ya no tiene tiempo de pasar el rato con nosotros. Pero eso no me importa. Nunca quise hacerle eso a Ramírez. Jorge me obligó. Pero estaba mal, muy mal. Quizá algo le hicieron una de esas noches que salió a pasear. Algo trajo consigo, alguien le debió pegar alguna enfermedad.

Jorge

Ese día mamá salió de casa maldiciendo el olor a muerte que se respiraba dentro. Ya no aguantaba más vivir en una casa que se estaba convirtiendo en un nicho gigante. Ya no. “Ustedes sabrán lo que hacen” nos dijo al salir. “Cuando regrese lo quiero encontrar todo limpio”, puntualizando eso de “LIMPIO”. Miré a Mario pero rápido se hizo el desentendido. No te preocupes mamá, le dije. Y cerró la puerta.

Mario

Jorge me lanzó tres opciones a boca jarro. Al comienzo le creí el ser más ruin del mundo. El más despiadado. “No lo quiero hacer hermanito, tú lo sabes, pero tenemos que hacerlo” me dijo. “Mírale cómo está el pobre, sufriendo”. Y era cierto, Ramírez estaba sufriendo. Entonces lo hicimos.

Jorge

“Si lo hago es porque tú me lo estás obligando” me dijo Mario enfadado. Le expliqué que el pobre estaba muy mal, que Ramírez no se merecía una vida así, que debemos de hacer algo, que mamá se enfadaría si lo encontrara aún aquí. ¿No hueles? Mario le dije, la muerte se nos está pegando al pellejo. Y parece que con eso se ablandó un poco. Mario es muy bueno con todos. Mario no haría nada malo si no fuese por una causa justa. ¿Sería esta una causa justa? me pregunto.

Mario

Entonces Jorge desató todos los pasadores de zapatillas y zapatos que encontró en casa, los amarró e hizo una cuerda con él. Cogió un par de bolsas transparentes y un par de guantes y me dijo, trae aquí a Ramírez. Ramírez salió tropezándose consigo mismo. “Si no fuera por sus huesos se caería su pellejo” pensaba lo que alguna vez le dijo el abuelo.

Jorge

(“Mario, no le debes de mirar, le decía, mira hacia otro lado, no le mires a la cara, se moverá, pataleará, gemirá, querrá soltarse, pero jamás le mires a la cara, por favor, tienes que tirar con todas tus fuerzas, Mario, hazlo que el pobre está sufriendo” ) Vomitó por última vez cuando le puse la cuerda alrededor de su cuello. Amarré las bolsas a su cabeza y mirando hacia otro lado tiramos con todas nuestras fuerzas. Al rato y después de gastar mucha fuerza nos dimos cuenta que Ramírez no se movía.

Pusimos el cuerpo junto a su cama, lo envolvimos con una manta y le rezamos un poco.

Cuando llegó mamá, Ramírez ya no estaba. Mira lo que he traído Jorge, me dijo contenta enseñándome otro perro.



Julio Lucio

Cuento

DESAFÍO

Cuando Félix bajó corriendo del cerro con la prisa que trae un espantado, Arnulfo ya le estaba esperando. Félix Huamán cogió la escopeta, la miró por última vez, la llenó de pólvora, perdigones y unos pequeños retazos de trapo viejo. Salió. Fuera nada había cambiado, caminó treinta y cinco pasos justos para sentarse y beber un poco de agua del puquio del Paso Robles que pasaba cerca de su casa. Arnulfo Cepeda y Uvaldo Quispe, su amigo, esperaban ansiosos cerca del cementerio sin nombre, porque su pueblo tenía un cementerio sin nombre y nadie fue capaz de ponerle uno, ni el Alcalde, ni el agente municipal, desde el tiempo en que el niño Segundo Serrano ganara el concurso interno que hizo la escuela entre los alumnos para buscar el nombre más adecuado y muriera de una enfermedad muy extraña. Desde allí nadie quiso nombrar el cementerio por temor a tener la misma suerte. Y allí esperaban sentados bajo un espino seco que ni sombra proyectaba. El sol calentaba despacito conforme la mañana subía para convertirse en tarde y al final transformarse en noche. El silencio en el cementerio era casi eterno. Casi nadie moría. Sólo los tordos, las palomas, las zaparritas, las lagartijas, las culebras vivían allí y vivían de su propio ruido. Hacía rato que habían dejado de hablar. Arnulfo acariciaba el arma, la tenía junto a su pecho, la veía, la observaba, la olía.

- ¿No crees que ya es hora de que cargues el arma?, le dice Uvaldo.

- No, aún no, le contesta Arnulfo.

- Pero ya va a dar la hora, le dice de nuevo.

- ¿Tú crees que hago mal?, le pregunta.

- No hombre, no haces mal, le dice, quizá yo también lo habría hecho.

- ¿Matar a alguien?, le pregunta Arnulfo. Pero si tú nunca has matado ni a las gallinas de tu casa.

- Es que no me gusta la sangre, le contesta Uvaldo. Pero bueno, ¿vas a cargar el arma o no?, insiste.

- En un ratito, estoy dejando que la pólvora seque un poquito más, le dice Arnulfo.

Félix camina con el arma en el hombro, un pedazo de pan en la boca, el morral de pólvora, perdigones, pequeños trapitos cortados y un poco de agua, porque el día parece cantar la presencia de un sol abrasador. Camina y cree que llegará tarde, entonces acelera el paso, sube cortando camino por el camino del Salao, desde allí, se dice, lo verá todo. Camina. Nadie se le cruza, va solo, como siempre lo ha hecho. Empezó a vivir solo el día en su taita murió desbarrancado llevando una recua de vacas del pueblo, a los pastizales de Lomas Altas, allí se le murieron tres vacas, un perro y su taita. Su madre murió al poco tiempo de ciática, anduvo tumbada casi siempre desde que Félix nació, nunca pudo moverse, el dolor en sus piernas se había vuelto insoportable. Y así la encontró muerta un medio día, tumbada como siempre la había dejado cada vez que salía al trabajo. Nunca pudo borrar de su cabeza la imagen de dolor dibujado en el rostro de su madre.

Ya estando arriba, los vio. Estaban sentados uno a lado del otro bajo un espino seco junto al cementerio. Levantó la cabeza y miró al cielo, estaba despejado, azul como siempre lo era en esos tiempo su pueblo. Su clima perfecto. Las lluvias caían cuando deberían caer, el sol calentaba cuando lo tenía que hacer. Esto es un paraíso, pensó. Entonces ajustándose el morral y pasándose el puño de su camisa sobre el sudor de su cara, empezó su andada cuesta abajo. ¿Llegaré a tiempo?, pensó.

Desde niños se odiaron, desde que Félix le quitara a Arnulfo la que era su novia de la escuela, la Carmincha, la mujer que es ahora de Alfonso Monje, el “monjito” y que en un arrebato de cólera Arnulfo le hiciera sangrar la nariz delante de la maestra Barreno y le jurara que le iba a matar y que se andara con cuidado. Así crecieron, con la rabia anidada en el alma. Tiempo después, Arnulfo hizo lo mismo con Félix, le quitó la novia, la Lastenia Apaza, la finadita que se ahogó cruzando el río por un puente de palos y que ni uno ni otro fueron al entierro por no verse las caras. Se odiaron desde siempre. Y así fueron creciendo, odiándose. Quizá el odio en el corazón de Félix en estos tiempos estaba menguando, quizá pensaba que no valía la pena odiar a alguien sin haber experimentado antes sentir lo contrario. Pero él era un macho, de los de antes y no se iba a echar para atrás en esos momentos. Siguió bajando, el camino poco a poco iba dejando de ser blanco, desaparecía, se difuminaba como el rastrojo de nubes que empezó a inundar su cielo. Entonces pensó por un momento ser nube, sentirse libre, poder volar de un lugar a otro, conocer lugares lejanos, nacer con el día y morir con la noche o más bien, morir con la lluvia, porque la lluvia es el último respiro de las nubes . Al rato, aquellas nubes ya no estaban. Eso lo supo cuando Arnulfo y Uvaldo ya estaban cerca.

- Mira, le ves, arriba está, nos está mirando el pendejo, le dice Uvaldo.

- ¿Dónde?, pregunta Arnulfo.

- Arriba, está bajando por el camino del Salao, le contesta.

- Ya lo veo. Ahí viene el perro, se dice pero esta vez como para darse fuerza.

- Carga el arma ya Arnulfo, le vuelve a insistir Uvaldo.

- Sí, ahora lo hago, le dice Arnulfo.

Se habrá enamorado el Félix, se pregunta Arnulfo. Ahora que vive solo a cuántas mujeres se habrá llevado a su cama. Arnulfo se pone en pie, estira las piernas, sacude las manos, deja el arma recostada sobre una piedra, camina unos pasos como para despejarse. Coge el morral que había dejado expuesta al sol un rato. Lo abre, saca una bolsa que envuelve a la envoltura de papel que envuelve a su vez a la pólvora, lo abre, lo extiende, saca los perdigones, los trapitos, entonces empieza a cargar. Cuando tiene ya lista el arma, lo deja reposar junto a la misma piedra donde lo había dejado antes. Bebe un poco de agua fresca, se moja el cogote como de seguro lo estará haciendo el Félix, piensa. Se empapa la cabeza, hace como si se peinara, siente la frescura recorrerle el cuerpo como una ola. Quizá el odio en el corazón de Arnulfo, también se le esté menguando, pero eso no lo sabe ni el Félix ni el Uvaldo. Quizá esto de matarse no les lleve a ninguna parte. Pero trata de alimentar su odio con sus recuerdos, no debe de caer en la sensiblería, no debe de echarse para atrás, él es macho, como cree que lo es el Félix, entonces recuerda el día en que pelearon rompiéndose uno la nariz y otro la boca, junto a la iglesia, el mismo día en que llegó el nuevo curita. Allí sí que corrió sangre. O el día en que descubrió besando a la Carmincha en la boca, un día antes de la fiesta de la escuela. Escarbó sus recuerdos, alimentó más su odio, odió, odió, odió. Pero así como creció por un momento su odio, así desapareció. Respiró hondo. Levantó la vista al cielo, allí descubrió el mismo rastrojo de nubes que Félix ha visto.

- ¿Listo?, pregunta Uvaldo.

- ¿Ya sabes lo que le tienes que decir a mi taita, verdad?, le pregunta Arnulfo.

- Sí, no te preocupes Arnulfito, le dice golpeándole el hombro, al final no te pasará nada.

Arriba, en el cielo, el rastrojo de nubes desaparece, al mismo tiempo en que Félix Huamán con arma al hombro, morral en la cintura, botella de agua en la mano y una mirada que más que de odio, dibuja un “no quiero hacerlo”, aparece frente a ellos. Saluda a Uvaldo con un movimiento de cejas y al otro le mira simplemente. Uvaldo se marcha, se sube a un nicho, el más alto del cementerio, y desde allí observa. Ve a Arnulfo cómo va bajando el arma del pecho, ve a Félix cómo le va apuntando con el arma. Ve cómo se miran, se observan, se tantean el uno al otro. Bebe un poco de agua. ¿Qué me dijo que le dijera a su taita?, se pregunta Uvaldo. Los disparos rompen el silencio por un instante. Rompen el aire. Rompen la vida. Todo ha terminado.


Julio Lucio